Cines Xoan González
Cuando vi esta película por primera vez, yo era muy pequeño, y mi capacidad de análisis era bastante limitada. Me reía con aquellos comportamientos que observaba en la película, me gustaba reconocer en ellos algunos de mis propios comportamientos, y me daba miedo el matón pelirrojo que llega a la escuela y pone todo patas arriba. No obstante, lo que más me sorprendía de todo eran los métodos del director de la escuela; "acción, reacción", afirma alegremente el director cuando llega el querido profesor de música.
Me resulta gracioso a día de hoy el inicio de la película: es la mejor definición de un hombre que llega a un lugar nuevo con la maleta cargada de sueños, y con ilusión por cambiar el mundo. No obstante, hay algo en toda esta película aparentemente ñoña que me atrapó y me fascinó desde el principio: su humanidad. Se muestran sin tapujos muchas aristas de cada uno de los personajes, no hay una etiqueta claramente diferenciada para cada uno, aunque no deje de renunciar la película a cierto simplismo comercial (ya que sino no la vería ni el tato).
Pero, desde la perspectiva de la labor docente, me parecen reseñables las características de Clement Mathieu, el profesor de música, ya que una de las características que prima por encima de todas es la pasión. La pasión por la música, la pasión y fe en su capacidad transformadora. Y en esto estoy totalmente de acuerdo: el arte transforma. Y la música, como arte performativo, transforma en el momento en que tiene lugar. No puedes evitarlo, no puedes guardarlo en un cajón, no puedes dejar de mirar. Y esta característica de la música y del arte es, a mi juicio, indispensable en la educación.
Invito a aquellos que no hayan visto la película a que lo hagan, y a los que lo han hecho, que vuelvan a hacerlo; se encontrarán con miles de matices que no apreciaron la primera vez, y podrán ilusionarse conmigo, de que la profesión docente, y más aún desde la música, puede (y debe) cambiar el mundo.
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